mercredi 1 septembre 2010

El Nieto Mârquez, Carrer d'Elisabets, Raval, Barcelona, Noviembre de 1979.


A eso de las ocho y cuarto llegarîa Belano, con la morraya justa para una infusiôn y la cajetilla de rubios; despuês de charlar de la humedad, del clima, del relato de la subsistencia diaria, del estômago entelaranado y la sangre ansiosa de alcohol, de los dientes âmbares y su enfermedad paulatinamente progresiva, pagarîamos la cuenta y saldrîamos a arrastrar nuestros cadâveres entre raval rumbo al puerto, parando un instante en una esquina para procrear el ciclo incesante de la nicotina, para escrutar una frase ambigua y seguir a desbordar los ojos al puerto.

Se hablarîa despuês de fantasmas, muy bien lo recuerdo, de dimensiôn mâs allâ de cuerpo y ôrgano, y con las caras brillantes de sudor, de carencia de techo e higiene, de cansancio acumulado a causa de horas de estar fente a la mâquina, pero siempre sonriente mi buen cômplice Belano, nos despedirîamos sin intimar un gesto o instante, nunca se hablarîa con êl de mujeres ni de literatura, mucho menos de golpes de estado o paîses onîricos o lo que es lo mismo latinoamericanos, ni de poetas muertos que lamentablemente aprenden a retornar y que husmean y huelen a los jôvenes hambrientos y hediondos de ausencia por el simple hecho de recordarse a sî mismos, de proyectarse en ellos.

De Belano es todo lo que tengo que decir, porque cuando estâbamos a punto de fundirnos en un abrazo, vino Ulises y se lo llevô en un barco disque a Tel Aviv.

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