lundi 7 juin 2010

Los techos.




Quise vertebrarte los labios, para que al morderlos, reproducieran el eco, el quejumbre de una casa de madera rechinando durante toda la noche...


Anduve perdido durante un tiempo entre calles dudosas obesas de mîstica, calles con techos curiosos, sustraîdos de cuentos raros que se me complican en los ojos, paisajes grises, muchîsimo muy grisâceos, verdes, demasiada rareza, no puedo describir en realidad esa certeza, me doy por vencido con los techos parisinos, pero vivî cosas que nunca mâs volverê a vivir; duele abismalmente crecer, duelen las orejas, los hombros, la soledad se enrancia y se satura y despuês viene la culpa de caminar en solitario sin poder compartir con nadie lo que mis pies incrêdulos raspan, lo que mi olfato percibe, ese olor que en cada ciudad desvarîa, cada ciudad contiene un olor tan pecuilar, tan preservado, eso es la que la distingue de las demâs y el de Paris es tan incisivo, tan triste, tan vacîo tambiên, pero inholoro?

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