samedi 11 septembre 2010
Calle Clemente Aguirre
Llegaron las viejas por la tarde a avisarme que habîan muerto los amorfos,
aquellos amigos habitantes de las cloacas que subsistîan a dieta de nostalgia
y desperdicio. Han venido a paso lento, arrasando con el eco del pasillo, a contra luz, con la sombra encendida, y todo lo demâs en simple hueco.
Una frecuencia frâgil me atraganta ahora la nuca, trepa hacîa mi oîdo, balbucea una frase esforzada que me alerta, me atormenta, susurra, susurra, se expande hacia el tîmpano y llega hacia alguna parte quieta de mi asombro. Pronto todo se colma de violencia, de cristal, y alguien con pulso sensible disminuye el voltaje del suenio.
Ha llegado la hora en que las viejas se acurruquen en sus cunas, y yo me preparo para sumergirme en las tripas hûmedas del barrio, a enlutar mis recuerdos de infancia.
Tenîa rato sin una imagen nîtida, la casa, aquêl patio trasero dônde solîamos crecer, la cocina, las tardes por el sâbado, la esquina prohibida, un fôsil cômo refrigerador, una habitaciôn oscura, oscura...
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